«Hemos de evangelizar la cultura»: Arzobispo de Jartum, Sudán

ACN.-  (Oliver Maksan) Monseñor Michael Didi Adgum Mangoria es Arzobispo de Jartum, Sudán desde noviembre de 2016. La Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada,  habló con él, sobre la situación de la Iglesia en ese país durante una visita de proyectos a Sudán.

Sr. Arzobispo: usted lleva solo unos pocos meses en el cargo. ¿Cuál considera que es el mayor reto pastoral?

Me importa sobre todo la educación y la formación de los fieles en general; en particular, me interesa especialmente la formación espiritual de religiosos, seminaristas y sacerdotes. Por este motivo hemos de aprovechar mejor nuestras instituciones, que sufrieron mucho en cuanto a personal desde la división de nuestro país en 2011; entonces, muchos de los colaboradores nos abandonaron para dirigirse al sur del país.

¿Cuánto afectó la división del país en 2011 a la vida de la Iglesia?

Muchísimo, pues la mayor parte del clero y de los colaboradores pastorales procedían del sur. Aquí, en el norte, apenas hay cristianos autóctonos. Aún hoy, la inmensa mayoría del clero no procede del norte: de los 51 sacerdotes y diáconos, solo 5 son sudaneses del norte; el resto procede del sur. Esto tiene consecuencias para el permiso de residencia, pues después de la separación entre norte y sur, los sudaneses del sur perdieron automáticamente su nacionalidad en el norte. Es decir, aquí solo están tolerados; teóricamente podrían ser expulsados del país. Sin embargo, las autoridades han comprendido lo importante que es el clero para la Iglesia. Gracias a Dios, no tenemos actualmente problemas al respecto.

¿Cuál es la situación de vocaciones sacerdotales?

Más bien mala. De hecho, ahora lamentablemente tenemos pocos seminaristas. La razón es difícil de averiguar. Seguramente tiene que ver con el hecho de que la mentalidad de los jóvenes ha cambiado; quizá ya no sea atractiva la estricta disciplina que conocí durante mi formación. Pero quizá falta la conciencia de lo importante que es el sacerdote para la Iglesia, pues somos una iglesia constituida sacramentalmente: sin sacerdotes no puede haber Iglesia. Por tanto, tendremos que sensibilizar más a las personas, sobre todo a las familias: han de comprender la preocupación por los sacerdotes como algo propio.

¿Está enraizada profundamente la fe en Sudán, pues solo llegó al país en el siglo XIX?

Aquí nos encontramos en el comienzo de la evangelización. Hemos de reflexionar sobre el modo en que predicamos la Palabra de Dios. Hasta ahora mirábamos sobre todo a las cifras; se consideraba un éxito cuando muchas personas se bautizaban. Es decir que bautizamos a muchos paganos sin que hubiera una auténtica conversión. Muchos no entienden tampoco el santo bautismo: traen a sus hijos a bautizar porque están enfermos y esperan del bautismo una curación. Pero esta no es la postura que importa. Es decir que la fe no está enraizada profundamente; sobre todo, no se entiende. Además, las tradiciones locales son muy fuertes.

¿Podría citar un ejemplo?

Sí, tome como ejemplo la cuestión de la poligamia. La gente quiere tener a toda costa sucesores y herederos; por eso frecuentemente tienen varias mujeres. Y si solo tienen una mujer, pero el matrimonio religioso no tiene hijos, toman una nueva. Eso, naturalmente, no es compatible con la idea cristiana del matrimonio. Tampoco se entiende que nuestros sacerdotes no se puedan casar.

 ¿Cómo reacciona usted ante esto?

Bueno, aquí hemos de profundizar y de evangelizar la cultura. No es que no haya comprensión para la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio cuando se intenta explicarla a las personas. Pero hemos de hacerla más consciente. Es un reto catequético muy importante, que deseo aceptar con mis sacerdotes. También hemos de formar mejor a los catequistas. Pero sobre todo depende de nosotros, obispos y sacerdotes, de que prediquemos la fe y demos testimonio de ella. Pero, como decía, no hay que tomar a la ligera los problemas, sobre todo en la trasmisión de la doctrina sobre el matrimonio. Aquí luchamos contra convicciones culturales profundamente enraizadas.

Hasta ahora hemos hablado de problemas. ¿Qué le anima cuando mira a su Iglesia local?

Me produce mucha satisfacción que las personas se alegren de ser cristianas, que estén orgullosas de eso. Llevan símbolos cristianos con orgullo y convicción. Además, los fieles participan mucho en la vida de la Iglesia. Como decía, nos falta profundidad; pero la gente tiene buena voluntad y tiene el corazón abierto al cristianismo.

¿Cómo puede ayudar ACN a la Iglesia en Sudán?

ACN es un socio importante al que estamos muy agradecidos por su apoyo. Como Iglesia local, apenas tenemos ingresos propios, sino que dependemos casi al 100 por cien de la ayuda de la Iglesia universal. Es decir, si queremos comenzar un proyecto de envergadura, necesitamos el apoyo de ACN, que recibimos desde hace años para nuestras escuelas y otros proyectos. Notamos la solidaridad de la Iglesia universal y estamos muy agradecidos por ello. El Santo Padre también sigue la situación en los dos países, sobre todo en Sudán del Sur.

Por la situación de guerra en Sudán del Sur huyen también muchos sudaneses del sur al norte.

Sí. Se trata de un reto inmenso para nosotros, como Iglesia. Estamos hablando de varios cientos de miles de personas que han huido del sur al norte. Nosotros, como Iglesia, estamos pensando en hacer un gran llamamiento para poder hacer frente al desafío humanitario. A los refugiados de guerra en los campos se han de añadir los sudaneses del sur que, tras la independencia del sur, querían dirigirse a su patria, pero que tuvieron que quedarse en el norte debido a la guerra. Oficialmente, aquí no pueden trabajar porque no tienen documentación. Esto tiene consecuencias funestas. Como Iglesia, intentamos ayudar allí donde podemos. Sobre todo intentamos que los niños acudan a nuestras escuelas. Pero son muchos y nuestros recursos son limitados. No tenemos ni siquiera para alimentar a los niños. La situación de necesidad es muy grave y solos no podemos superarla.

 

 

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