ACN.- Se acerca Navidad y queremos compartir las palabras que nuestro fundador escribió hace 70 años. El padre Werenfried van Straaten (cuyo nombre significa “Guerrero de la paz”) vivía en esos momentos los estragos dejados en Alemania por la Segunda Guerra Mundial, pero sus palabras parecen retratar el mundo de hoy.
En la Navidad de 1947, en la Abadía de Tongerlo (Bélgica), un monje premonastratense holandés, el padre Werenfried, denuncia -a través del artículo “¿Paz en la Tierra? “No hay sitio en la posada”– la miseria de millones de refugiados alemanes tras la II Guerra Mundial. Concluía su escrito invitando a la reconciliación de los pueblos enfrentados durante el conflicto bélico.
Fueron los primeros esbozos, sin saberlo de, Ayuda a la Iglesia Necesitada, esta gran “escuela de Amor”, como al padre Werenfried le gustaba llamarla. Convencido de que “el hombre es mucho mejor de lo que pensamos”, el sacerdote se lanzó a pedir a los vencedores belgas una tajada de tocino de su cartilla de racionamiento para dársela a los vencidos refugiados alemanes, “sus enemigos de ayer”. A través de sus predicaciones, consiguió que las personas se reconciliaran, “perdieran la cabeza por Amor”.
Hace 70 años se preguntaba: “¿Pero acaso nos paramos a pensar en que ahí afuera María y José recorren Europa de mil maneras diferentes? ¿Somos conscientes de que Cristo llora en los pobres, los sin techo y los refugiados, los hambrientos y sedientos, los prisioneros y los enfermos, en todos aquellos que él llamó los más pequeños entre los suyos, y tras cuya miseria se esconde el Hombre-Dios?”
Desde hace 70 años buscamos poner un poquito de arena en los sufrimientos de tantos y arrancar sonrisas en las caras afligidas. Ayuda a la Iglesia que Sufre se ha transformado en una gran instancia benefactora y en ella caben todos
e acerca Navidad y queremos compartir las palabras que nuestro fundador escribió hace 70 años. El padre Werenfried van Straaten (cuyo nombre significa “Guerrero de la paz”) vivía en esos momentos los estragos dejados en Alemania por la Segunda Guerra Mundial, pero sus palabras parecen retratar el mundo de hoy.
En la Navidad de 1947, en la Abadía de Tongerlo (Bélgica), un monje premonastratense holandés, el padre Werenfried, denuncia -a través del artículo “¿Paz en la Tierra? “No hay sitio en la posada”– la miseria de millones de refugiados alemanes tras la II Guerra Mundial. Concluía su escrito invitando a la reconciliación de los pueblos enfrentados durante el conflicto bélico.
Fueron los primeros esbozos, sin saberlo de, Ayuda a la Iglesia que Sufre, esta gran “escuela de Amor”, como al padre Werenfried le gustaba llamarla. Convencido de que “el hombre es mucho mejor de lo que pensamos”, el sacerdote se lanzó a pedir a los vencedores belgas una tajada de tocino de su cartilla de racionamiento para dársela a los vencidos refugiados alemanes, “sus enemigos de ayer”. A través de sus predicaciones, consiguió que las personas se reconciliaran, “perdieran la cabeza por Amor”.
Hace 70 años se preguntaba: “¿Pero acaso nos paramos a pensar en que ahí afuera María y José recorren Europa de mil maneras diferentes? ¿Somos conscientes de que Cristo llora en los pobres, los sin techo y los refugiados, los hambrientos y sedientos, los prisioneros y los enfermos, en todos aquellos que él llamó los más pequeños entre los suyos, y tras cuya miseria se esconde el Hombre-Dios?”
Desde hace 70 años buscamos poner un poquito de arena en los sufrimientos de tantos y arrancar sonrisas en las caras afligidas. Ayuda a la Iglesia que Sufre se ha transformado en una gran instancia benefactora y en ella caben todos.