ACN.- El obispo Tesfaselassie Medhin relata a ACN de las terribles violaciones de derechos humanos ocurridas durante la devastadora guerra de 2020 a 2022 en la región septentrional de Tigray en Etiopía y, en particular, de la violencia sexual perpetrada contra mujeres y niñas. Partes de su diócesis siguen ocupadas y muchas carreteras son inseguras. En las regiones accesibles, la diócesis está llevando a cabo proyectos de sanación de traumas para ayudar a las miles de personas cuyas vidas están rotas.
«Durante la guerra, estábamos completamente incomunicados. No teníamos acceso a internet, los teléfonos no funcionaban y apenas podíamos salir de casa debido a la presencia de grupos armados por todas partes”. Así lo explica Mons. Tesfaselassie Medhin, obispo de la eparquía católica de Adigrat, en Etiopía, durante su visita a ACN. Destaca, además, que fue una ‘auténtica pesadilla’ no saber nada de los fieles de su diócesis durante esos dos años.
Esta ha sido la primera vez que Mons. Medhin sale de su país desde el final de la guerra en el norte de Etiopía, guerra que estalló en agosto de 2020 y terminó oficialmente en noviembre de 2022 con un acuerdo de paz. El obispo, cuya diócesis abarca toda la región de Tigray, devastada por la guerra, ha calificado la guerra de genocidio contra el pueblo de Tigray: “La gente de Tigray ha vivido un infierno: hubo violaciones en grupo y asesinatos delante de las familias, incluso con niños y ancianas entre las víctimas. Más de un millón de personas han sido asesinadas. Hubo torturas y masacres, y se bloquearon los suministros de ayuda”.
Ya en septiembre de 2022, la Comisión de Expertos en Derechos Humanos sobre Etiopía de Naciones Unidashablaba de una “situación humanitaria catastrófica en Tigray”. En junio de 2022 la Organización Mundial de la Salud afirmaba que había más de 2,8 millones de desplazados.
El obispo recalca: “En las regiones actualmente accesibles de mi diócesis, la Iglesia ha sufrido daños materiales de unos 37 millones de euros, pero son inconmensurables los daños a la vida humana y los efectos psicológicos de las atrocidades cometidas. Todo el mundo está traumatizado”. Según el obispo, algunas víctimas de violaciones se sienten avergonzadas y no se atreven a regresar a sus casas. Entre ellas el riesgo de suicidio es muy alto: “Estas mujeres han sido destruidas física y mentalmente”.
Ya en diciembre de 2021, los expertos en derechos humanos de Naciones Unidas manifestaban su “profunda preocupación por la extendida violencia sexual y violencia de género”.
Monseñor Medhin ha contado a ACN que ya durante el conflicto intentó crear una red de especialistas que ayudara a las personas traumatizadas y les proporcionara asistencia médica: “Nos reuníamos y alquilamos un lugar en la ciudad al que la gente pudiera acudir discretamente para recibir atención de forma confidencial”. En Tigray, los católicos sólo representan el 1% de sus siete millones de habitantes, pero, según el obispo, estos tienen mucha importancia para el 25% de la población debido a las aportaciones de la Iglesia católica a los ámbitos sanitario y educativo, y a la sociedad en general.
“Estoy profundamente agradecido a mis compañeros en el ministerio pastoral”, ha dicho. “Debido al peligro reinante, las ONG abandonaron el país en medio del conflicto. En cambio, los religiosos -incluidos más de 30 misioneros extranjeros- y los sacerdotes diocesanos no huyeron; se quedaron para servir a la población de Tigray. Ellos son un ejemplo perfecto del ‘siervo sufriente’ del libro de Isaías, que dio su vida por la salvación de los demás”.
Desde el final de la guerra, la diócesis ha podido llevar a cabo proyectos oficialmente de curación de traumas para las innumerables personas que han quedado mutiladas y discapacitadas por las explosiones, y para todos aquellos incapaces de procesar las atrocidades que vivieron o presenciaron. Según Mons. Medhin, la superación de dichas experiencias resulta imposible si no se afronta lo ocurrido, y eso difícilmente puede hacerse sin tener en cuenta la dimensión espiritual. “Nuestros programas de sanación de traumas se basan en la Biblia, porque, en mi opinión, la superación de una experiencia traumáticano es completa sin la fe”, sostiene el obispo. “En nuestros cursos, por ejemplo, nos fijamos en el sufrimiento de Jesús el Viernes Santo o en el hijo pródigo, que -aunque su sufrimiento fuera culpa suya- quedó traumatizado al final de su viaje por el aislamiento, el rechazo y por sentirse despreciable”.
En el futuro, ACN quiere apoyar a la diócesis con proyectos de sanación de traumas, lo que no había sido posible hasta ahora debido al conflicto: “ACN siempre ha estado a nuestro lado, pero durante la guerra nos vimos privados de la oportunidad de comunicarnos con ellos”, cuenta el obispo. “Por eso estoy aquí: dada la magnitud de la destrucción de vidas humanas, pero también ante el hecho de que la paz aún no ha regresado por completo a Tigray, todo apoyo es realmente valioso”.
A pesar del acuerdo de paz de noviembre de 2022, la situación en Tigray sigue siendo tensa. Un tercio de los 130.000 km² de la diócesis sigue ocupado, por lo que el obispo no tiene acceso a él. Lleva cuatro años sin ver a muchos de sus sacerdotes, primero debido a la pandemia de Covid-19 y luego a causa de la guerra. En las regiones ocupadas, las escuelas permanecen cerradas y los niños no reciben educación desde hace cuatro años. En Adigrat, donde tiene su sede el obispo, sigue habiendo más de 50.000 desplazados que no han podido regresar a sus ciudades de origen. En general, la libertad de movimiento sigue siendomuy limitada, porque las calles continúan siendo inseguras. Según informa el obispo, miles de personas siguen muriendo a causa de la violencia, la escasez de alimentos y la falta de atención médica básica. “¿Cómo puede el mundo limitarse a mirar?”, se pregunta el prelado.
Tigray es la región más septentrional de Etiopía y limita con Eritrea y Sudán. Alrededor del 95% de la población son cristianos de la Iglesia ortodoxa etíope Tewahedo pertenecientes al grupo étnico de los tigray. Aunque la guerra ha causado la muerte de muchos cristianos, la violencia en Tigray no tiene una motivación religiosa, sino política.
Por Sina Hartert.