Burkina Faso: «Los fieles huyen del terrorismo, contra el que no tienen medios para resistir»

ACN.- La situación en la región de Sahel es preocupante. En la entrevista, realizada por Maria Lozano de la fundación ACN, con Mons. Laurent B. DABIRE, obispo de Dori, en el norte de Burkina Faso, el prelado asegura que hay mejoras en la situación de seguridad, pero el terrorismo está lejos de estar controlado y mucho menos derrotado. Sigue teniendo un fuerte impacto en la vida de la gente y de la Iglesia. Una situación que se complica con la pandemia, que está demostrando ser persistente y cambiante. “Estamos atrapados entre dos frentes” explica Mons. Dabire. A pesar de ello, los fieles siguen fieles a su fe y acuden en gran número a misa. “La esperanza no quedará defraudada” (Rom 5,5) recuerda el obispo de Dori.

¿Cómo es la situación general del país?

La situación general del país es sombría debido a la crisis de seguridad y la pandemia del coronavirus, que han afectado gravemente a la población. Estamos atrapados entre dos frentes. Afortunadamente, la incidencia del coronavirus todavía es reducida en África, pero el aumento de casos es preocupante. Consecuencia directa de las dos primeras es la crisis humanitaria tanto de los desplazados como de las poblaciones de acogida. A pesar del aguante de la población, la situación es muy dura para la gente humilde que vive al día y que ha perdido sus medios de subsistencia.

¿Cómo es la situación en la diócesis de Dori? ¿Ha vuelto la calma? ¿Sigue habiendo incursiones violentas…?

Tras unos meses de tregua (abril-septiembre de 2020), el territorio diocesano que corresponde a la región del Sahel burkinés ha sufrido al menos diez episodios de atentados terroristas desde el 10 de septiembre de 2020 hasta nuestros días. La población sigue abandonando las aldeas debido a los ataques o siguiendo las órdenes de abandonar la zona so pena de ser masacrados. No obstante, estos ataques se han reducido en número y están provocando menos muertes.  Se puede decir que ha mejorado el clima de seguridad, aunque todavía es imposible circular por ciertas zonas que siguen siendo peligrosas por la presencia o las operaciones de grupos terroristas.

¿Pueden la Iglesia, los sacerdotes, los catequistas y las religiosas hacer su trabajo en la diócesis? 

Las áreas parroquiales de Aribinda y Gorgadji permanecen totalmente cerradas y allí no hay ninguna actividad pastoral. En estas dos parroquias, el centro parroquial se ha vaciado de cristianos y las aldeas que están bajo su atención y donde todavía quedan algunos cristianos son inaccesibles por el peligro de las carreteras. La parroquia de Djibo funciona bajo mínimos gracias a la presencia de un catequista. En las demás parroquias que han permanecido abiertas – Dori, Sebba y Gorom-Gorom-, la actividad pastoral se limita al centro parroquial. Allí, todas las actividades se llevan a cabo con regularidad, cambiando a veces los horarios y teniendo en cuenta las medidas de prevención contra el coronavirus.

Ya son cinco años de inseguridad, ¿cómo se han adaptado las comunidades de creyentes a esta situación?

La diócesis de Dori sigue funcionando y asegura la presencia católica en el Sahel, aunque sea en un espacio reducido y con dificultad. Los sacerdotes organizan las misas, la catequesis, los sacramentos y los encuentros pastorales a diario. Las religiosas, a excepción de dos comunidades que han cerrado, dirigen las obras diocesanas: la escuela primaria de Dori, el colegio femenino de Dori, el Centro de Acogida Misionera del Buen Pastor de Dori y el Centro “Las Dunas” de Gorom-Gorom, que incluye: un orfanato, una maternidad, un dispensario, un almacén farmacéutico y alojamientos. Además, las religiosas participan en las actividades parroquiales de catequesis, liturgia, acompañamiento de los Movimientos de Acción Católica (MAC) y Grupos y Asociaciones Espirituales (GAS). Los catequistas están reagrupados en las principales ciudades de las parroquias funcionales, donde se dedican a la catequesis en las lenguas locales, a la liturgia y sobre todo a animar a las Comunidades Cristianas de Base (CCB) a las que pertenecen. La diócesis también mantiene el contacto con las demás diócesis del país participando en encuentros nacionales.

¿Como está el ánimo de los católicos en esta situación tan difícil?

El espíritu de nuestros fieles es de perseverancia y resistencia: vivir la fe cueste lo que cueste. Desde 2015, nunca hemos tenido noticias de deserción, abandono o apostasía. Los fieles huyen del terrorismo, contra el que no tienen medios para resistir, pero mantienen su fe. Incluso cuando los terroristas han amenazado a la gente para que se convierta, no han tenido éxito. La gente se ha refugiado llevándose su fe con ella. En Gorom-Gorom y Sebba, se registra un enfriamiento entre algunos fieles que, por miedo a los ataques, ya no asisten a las asambleas dominicales. El compromiso también se resiente a nivel de otras actividades parroquiales. Los agentes pastorales deben encontrar estrategias para animar y apoyar a estos fieles debilitados. La esperanza no quedará defraudada (Rom 5,5).

¿En este contexto como pudieron celebrar la Navidad y la Epifanía? 

En las tres parroquias en pleno funcionamiento e incluso en Djibo, las misas de Navidad se celebraron con alegría y gran participación de los fieles. El domingo del bautismo del Señor -debido a que la Epifanía este año era demasiado temprana- se celebró la Navidad infantil en todas las parroquias con la habitual y numerosa participación de niños musulmanes. En Djibo, donde se había suprimido a causa de las condiciones particulares que prevalecen en esa parroquia, los niños musulmanes la reclamaron y me vi obligado a reinstaurarla. Lo pasamos muy bien el pasado domingo 24 de enero. ¡Vivan los niños!

La conferencia episcopal que usted preside desde 2019 también incluye el país vecino Burkina-Niger. ¿Qué noticias les llega de Níger?

Tengo muy pocas noticias de allí. Solo sé que allí también han continuado los atentados, a menudo con un número muy elevado de muertos. La inseguridad unida a la pandemia también ha provocado allí una ralentización de las actividades pastorales. Por ello, los dos obispos de Níger no han podido participar en las Asambleas Episcopales desde febrero de 2020.

 

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