ACN.- COLABORACIÓN ESPECIAL DE JAIME SEPTIÉN. Existe -no lo inventé yo ni tampoco lo inventó nadie en específico– una realidad en las organizaciones civiles y, por descontado, en las religiosas: si no comunicas no existes. Todos los que están dentro de los grupos que se dedican a hacer el bien (más aún, aquellos que se juegan la piel en lugares remotos y descristianizados), tienen la impresión que el heroísmo y la fe le van a decirle algo al mundo. El asunto es que «el mundo» está perfectamente domesticado por los agentes de la publicidad como para hacer caso a otra cosa que no sea espectáculo. Y una aldea sembrada de bombas en Siria no es espectáculo. Menos lo es el niño famélico que se arrastra en un campo de refugiados en Lesbos…
Lo primero que tiene que hacer un grupo que se dedica al bien, creo yo, es despertar de la modorra a sus socios potenciales. En el fondo de la conciencia (es la esperanza básica que mueve al cristiano) hay una luz que gratifica el amor desinteresado por el otro. Aún en las peores circunstancias, esa luz persiste. Hay que aumentarla con paciencia, con historias de vida y, lo más importante, aquello que no tienen –ni tendrán– las comunicaciones-espectáculo: pasión.
El ejemplo clásico es el modo de comunicar de Santa Teresa de Calcuta. No tenía radio ni televisión. Pero era un acontecimiento donde se presentara. La gente salía a las calles para verla pasar. Lo mismo en Lisboa que en Nueva York; en Tokyo que en Acapulco. Su pasión era el descartado. Y cientos, por no decir miles de jóvenes fueron a Calcuta «de misiones». O a otros lados. Esa fuerza que nace del testimonio y de la fe que es Dios quien actúa. El mejor periodismo, la mejor comunicación es la de cercanía con el corazón humano. Desde ahí, desde la fuerza (no desde la lástima) es como se puede comunicar el bien. Si en algún lugar las comparaciones son odiosas, más lo es en el mensaje hacia la comunidad sobre los marginados y los necesitados. Hay que aprender el abc de la comunicación que intenta propiciar conductas solidarias: la fuerza del amor; la alegría que a todos hace el bien.
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