ACN.- Incluso los siete niños tienen los rostros serios y tristes; algo tensos, permanecen sentados junto a sus padres en el desgastado sofá. El salón está rodeado de paredes desnudas de color marrón claro con grandes zonas de pintura desconchada por las que asoman los ladrillos. Los niños y sus padres miran inseguros a los visitantes, pues no suelen recibir visitas, y menos de Occidente.
Los miembros de la pequeña delegación de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), sentados en el sofá de enfrente, animan a la familia a hablar de su situación vital y su vida cotidiana, y es que sólo así, las innumerables vidas anónimas en Siria –que a menudo se asemejan en su desolación- dejan de formar parte de estadísticas abstractas para convertirse en rostros y nombres concretos.
Los padres hablan entrecortadamente y en voz baja, mientras sus hijos permanecen en silencio. Antes su padre se ganaba la vida como vendedor de verduras, pero entonces estalló la guerra. En Kashkoul, el suburbio de Damasco donde vive la familia hubo numerosas explosiones, cuenta la madre. Los misiles volaban sobre los tejados. Sin tener adónde huir, no les quedó más remedio que permanecer entre sus cuatro paredes de alquiler, con la esperanza de no ser alcanzados y de que pasara esa pesadilla. Al principio, en los días más tranquilos, el padre abría su pequeña tienda para vender algo de verdura, pero eso también se volvió imposible, pues el peligro era demasiado grande.
“También ahora, después de la guerra, esta zona no es segura”, recalca la madre y hace señas a su hijo de ocho años para que muestre el brazo cosido con ocho puntos. Hace cuatro semanas, un niño le hizo un corte con una cuchilla de afeitar cuando jugaba en la calle. Es posible que no fuera intencionado, pero ese no es un buen vecindario, asegura la madre.
Añade que su situación es aún peor que durante la guerra, pues el dinero ha perdido gran parte de su valor y ahora no podrían pagar el alquiler sin el apoyo de ACN. Cuenta que, desde el día anterior, los niños sólo han comido un pedazo de pan, y que, sin la ayuda de ACN, eso ocurriría más a menudo. “Aquí no hay esperanza, y la situación empeora día a día”, explica el padre mirando al suelo. La madre añade: “Lo único que le pido cada día a Dios es que proteja a mis hijos y les dé de comer”.
Entonces, haciendo de tripas corazón, la madre le hace señas a Milad, su hijo de seis años, para que se acerque. “Hay algo que quiero contaros sobre Milad…”. Según dice, en la Nochebuena de hace un año, Jesús se le apareció en una de las paredes desconchadas y venidas a menos, sobre uno de los desgastados sofás. Milad se asustó y se echó a llorar. Al explicarles a sus padres por qué lloraba, su padre lo calmó diciéndole: “Milad, no pasa nada, no tienes que tener miedo. Mándale un besito a Jesús”. Antes de desaparecer, Jesús le prometió a Milad -cuyo nombre en árabe significa Navidad- que volvería a visitarlo en la siguiente Nochebuena. Desde entonces, Milad sueña a menudo con Jesús. Su madre explica que su carácter se ha vuelto más apacible… y también que ese suceso ha traído un poco de esperanza a la familia.
Quizá nunca lleguemos a saber si Milad ha vuelto a ver a Jesús en estas Navidades, pero podemos rezar por que esta familia nunca pierda la esperanza de ser algo más que una vida anónima entre tantas para Jesús, pues él siempre estará con ellos aunque no puedan verlo.