ACN.- Como todo país, también Venezuela conoce regiones más pobres y más ricas. Mientras que en la capital Caracas la población se encuentra todavía relativamente bien, incluso en la actual crisis, la situación en el campo es a veces nefasta. El padre Ángel Orellana trabaja como párroco en la parroquia de San Javier, situada en una de esas zonas pobres, en la diócesis de San Felipe.
La casa parroquial del padre Ángel es grande, pero el edificio no oculta su antigüedad ni que necesita urgentemente ser renovado. Ahora bien, este es uno de los problemas menores para el párroco. Le preocupa más el suministro de electricidad y agua solo funciona esporádicamente. Por esta razón, en los cuartos de baño de todo el país hay grandes cubetas llenas de agua, por si el suministro de agua vuelve a fallar. Las personas más pudientes o los buenos restaurantes ponen en marcha generadores diésel durante las largas horas en que se corta el suministro de electricidad.
Guarataro, un lugar olvidado
La parroquia de San Javier existe desde 1778 y tiene una gran extensión; allí se encuentra también el pequeño pueblo de Guarataro. Para llegar al pueblo, el padre Ángel tarda aproximadamente una hora en autobús o en auto-stop, recorriendo un camino que pasa a través de regiones de bosque y estepa. En Guarataro hay una pequeña capilla de madera donde celebra la Santa Misa una vez a la semana. Los niños siempre se alegran mucho, nada más llegar a la capilla, los niños acuden a él desde todas las direcciones. Muchos de ellos están desnutridos y parecen tres o cuatro años más pequeños de lo que realmente son. La Iglesia es una de las pocas instituciones que se ocupa de la gente en este lugar; no hay ni comisaría de policía ni médico, lo cual puede ser a veces fatal para la población. Recientemente, una mujer tuvo problemas de salud durante la noche, no se encontraron ni médicos, ni ambulancias dispuestos a venir a Guarataro. Los habitantes de la aldea son muy pobres y no tienen vehículos propios. Como nadie acudió en su ayuda, la mujer apareció muerta por la mañana. Esta es la realidad en la que el padre Ángel trabaja como pastor. Él mismo reconoce que su presencia no es más que una gota en el océano: “Es difícil predicar a la gente sobre el amor de Dios cuando no sienten más que ignorancia y desprecio día tras día. Al menos, sienten que no son indiferentes ni para mí ni para la Iglesia”.
El Padre Ángel vive de estipendios de misas
Este sacerdote de aspecto juvenil acepta humildemente su suerte. No se queja de sus condiciones de vida, que no son fáciles en esta zona y en estos días, para eso es demasiado bondadoso y tiene confianza en que Dios sacará bienes de esta situación. Está agradecido con la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) por los estipendios de misas que recibe todos los meses y que son distribuidos por Mons. Víctor Hugo Basabe, Obispo de San Felipe, entre todos los sacerdotes de su diócesis. Los estipendios de Misa son el único ingreso para el padre Ángel; le ayudan mucho en su vida diaria porque trabaja en una parroquia pobre y de sus fieles, como mucho, solo recibe comida como agradecimiento. Con esta comida también paga a sus ayudantes, que prefieren los productos naturales al dinero. Debido a la alta inflación en Venezuela, el dinero pierde valor diariamente; por lo tanto, en la vida cotidiana el trueque de bienes es más práctico para muchos. La vida diaria del Padre Ángel es una verdadera aventura, pero él se enfrenta a su situación con una amplia sonrisa: “todo es mucho menos difícil cuando sabes que Dios está contigo”.