ACN.- «No vaya a ese lugar: allí adoran al diablo»; así había advertido la gente a Mons. Francis Aquirinius Kibira. La región situada al suroeste de Uganda, en la frontera con la República Democrática de Congo era considerada como tenebrosa y peligrosa. La violencia y el crimen estaban a la orden del día; el consumo de drogas y la prostitución, muy extendidas. Pero lo que realmente marcaba a esa región era una extendida fe en la hechicería. Rituales mágicos y prácticas ocultistas causaban un gran daño. Síntomas de posesión diabólica, suicidios y familias destruidas eran solo algunas de las consecuencias.
Sin embargo, el nuevo Obispo de Kasese no se dejó detener por esas voces: dos días tan solo después de su ordenación, en julio de 2014, se desplazó a esa región fronteriza. En el pueblo de Kabuyiri se detuvo en una capilla. Entró y se encontró allí a veinte muchachas jóvenes, de entre 16 y 20 años; todas ellas estaban paralíticas. El catequista explicó al obispo que habían sido «hechizadas». El obispo comenzó a rezar, diciendo: «Señor Jesucristo, que me has enviado a esta diócesis; haz aquí el bien. Cura a estas muchachas en tu poderoso nombre». Según relata Mons. Kibira, las muchachas se levantaron poco después y comenzaron a andar de nuevo.
Para su sorpresa, el obispo supo que la capilla había sido construida en 1982 por un policía que, debido a los muchos problemas allí existentes, comprendió que «aquí era necesario Jesús». «Ahora bien, me sorprendió que en ese lugar no hubiera ningún sacerdote», comenta Mons. Kibira en una conversación mantenida con la Fundación Pontificia Internacional «Aid to the Church in Need» (ACN). «En mi interior oí una voz que me decía que allí era necesario un sacerdote. Además tuve la inspiración de alzar allí un santuario a la Divina Misericordia».
El obispo visitó al párroco a cuya parroquia pertenece la capilla. El sacerdote no podía creer que el obispo fuera en serio con esa idea. Todos los sacerdotes se habían negado hasta entonces a ir a ese lugar y a desarrollar allí su labor, replicó al obispo. Pero este no se dejó disuadir y fijó una fecha para la fundación del nuevo santuario de la Divina Misericordia. Pronto encontró también a un sacerdote dispuesto a dirigirse allí.
El santuario fue inaugurado en 2016, el Año de la Misericordia. Desde entonces, se ha convertido en un lugar de gracias para innumerables personas. Todos los días se celebra la Santa Misa a las 15 horas, la hora de la muerte de Jesús. Se reza el rosario de la misericordia y diariamente se expone el Santísimo Sacramento. Incluso los días de diario se reúnen cientos de fieles; los domingos y festivos acuden miles de personas. Todos los lunes reciben además numerosos fieles el sacramento de la penitencia. Muchas personas acuden a confiar además sus problemas personales a un sacerdote, para solicitar consejo y ayuda. De ese modo se han reconciliado muchas familias, como han informado al obispo sacerdotes del lugar.
Mons. Kibira se muestra profundamente conmovido: «¡No me lo puedo creer! Está ocupado hasta el último sitio; en la fiesta de la Divina Misericordia vinieron miles de personas, que se arrodillaron ante el Santísimo Sacramento. Por la noche, en la cama, se me saltaban las lágrimas de alegría. Antes, todos decían: “allí no se puede ir; te pueden matar; es un error”; pero yo les respondí: “¿No crees en el poder del Santísimo Sacramento?” Hoy, todos dicen: “Fue una buena decisión”. Los fieles, una y otra vez, refieren curaciones y oraciones atendidas.
Según Mons. Kibira, muchas personas han cambiado de vida. «En esa población había una familia de la que se decía que adoraban al diablo, de tal modo que advirtieron al sacerdote que no la visitara. Al final, esa familia fue la primera que llevó a su hijo a bautizar al santuario», dice alegre el obispo. «Hasta los policías de la región me decían: “muchas gracias; estamos muy alegres de que haya un sacerdote aquí. Antes teníamos problemas todos los días; ahora, ya no tanto. ¡Es el poder de Jesús”. También los policías vienen a la Santa Misa y a la Adoración. Los camioneros que pasan la frontera encuentran también aquí consuelo y fuerza: «en el encuentro con Jesucristo».
También en otros aspectos se muestran los cambios. Por ejemplo, unos 300 padres de familia que se habían dado a las drogas han vuelto con sus familias. En la región, a diferencia de lo que sucedía antes, hay ya pocos suicidios; los jóvenes vienen a la Santa Misa y a la Adoración eucarística en lugar de —como antes pasaba— destruir sus vidas con el alcohol, las drogas, las aventuras sexuales y la criminalidad. Incluso ha descendido el número de accidentes de tráfico. También se han producido cambios para los presos en las dos cárceles de la región: ahora se les atiende pastoralmente y algunos de los mismos presos organizan actos de piedad. Así, la gracia que sale de ese lugar traspasa incluso las puertas cerradas y los muros de las cárceles, dice Mons. Kibira.
Los peregrinos vienen incluso andando desde muy lejos para rezar en el santuario, según ha observado el obispo. «Cuando abrimos nuestros corazones actuamos con el poder de Dios. Este lugar, que estaba especialmente descuidado, se ha convertido en una puerta de misericordia para la diócesis».
Toni Zender, el responsable de proyectos para Uganda de ACN, quien visitó recientemente el lugar, también se muestra impresionado: «Estoy muy conmovido con esa experiencia. Ver a más de mil personas arrodilladas delante del Santísimo Sacramento es realmente sobrecogedor. Se ve cuántas personas se abren a la gracia de Cristo y se alegran de contar con la presencia de la Iglesia en su población».