ACN.- Decía Bonhoeffer, que Pascua significa “vivir a partir de la Resurrección”. Y cuando se cuestionaba sobre la Pascua, respondía que “nos preocupamos más de morir que de la muerte” y seguía: “Sócrates supo morir, Cristo venció a la muerte”. Para terminar citando a Arquímedes con su famosa palanca: “aquí es donde se halla la respuesta al dame un punto de apoyo y levantaré el mundo”. Esta palanca desde donde podemos transformar todo lo que existe, es la Resurrección de Cristo. Es la Verdad desde la que tenemos que configurar nuestra vida cristiana.
Hoy lamentablemente los cristianos o callamos, o intentamos acomodar la historia a nuestra conveniencia, pero nos recordaba el Papa Francisco el año pasado, argumentando desde la experiencia del Domingo de Ramos: “Y en medio de nuestros silencios, cuando callamos tan contundentemente, entonces las piedras empiezan a gritar (Lc 19,40) y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: No está aquí, ha resucitado” (Mt 28,6). La piedra del sepulcro gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino. Fue la piedra del sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza al que todos somos invitados a tomar parte.”
La piedra removida significa que el poder de Dios ha triunfado sobre el poder del infierno. Que la muerte ha sido derrotada. En efecto, cuando la piedra obstruye la entrada de la tumba, indica el triunfo de la muerte, pero ahora que ha sido removida, representa la derrota de esa muerte, y el principio de nuestra fe. Como nos recuerda San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1Cor 15,14). Y, entonces “si los muertos no resucitan, comamos y bebamos que mañana moriremos” (1Cor 15,32).
Emaús, queridos hermanos, ya no puede ser más nuestro punto de llegada, como expresión de huída, de miedo a la muerte, del escándalo de la Cruz, de todas esas dudas de nosotros mismos, del mundo, de las desilusiones o tristezas de la vida. Emaús, es ahora el punto de retorno, lugar de “encuentro” personal con el Cristo resucitado que se hace siempre presente de un modo nuevo, y hace “arder nuestro corazón”(cfr. Lc 24,32).
Una vez acompañados e interpelados por el resucitado, ya no podemos callar, más bien ahora somos esa “carta escrita por Cristo” para el mundo, “una carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios, y no en tablas de piedras sino en nuestro corazón palpitante” (Cfr. 2Cor 3,3).
Llegados a nuestro Emaús, sólo nos queda decir: ¡“Quédate con nosotros Señor”!
Ángel Luis Lorente Gutiérrez, Asesor Espiritual de ACN-México