Reflexión: La familia. Sus crisis y retos

ACN.- (P. Ángel L. Lorente Gutiérrez, asesor espiritual de ACN-México) La familia. ¿qué decir? Hemos gastado ya la quinta parte del siglo XXI, y seguimos pensando como en el pasado, omisos al presente y sobre todo ciegos a un casi seguro dramático futuro. Crudo realismo, que no fácil pesimismo.

La familia, como las demás instituciones humanas, han cambiado paradigmas. Los grandes y rápidos cambios generacionales han abierto brechas insalvables entre padres e hijos, abuelos y nietos, incluso entre los propios hermanos que en una sociedad cada vez más globalizada se ven afectados por una separación que les aleja cuanto menos afectivamente.

Los estereotipos naturales de los sexos han sucumbido en su mayoría ante la demagogia relativista del “género” con consecuencias aún no valoradas suficientemente en la repercusión que tendrá en la familia natural y la sociedad con el gran abanico de relaciones humanas que se abre, en el que todo cabe, más allá de la consanguineidad.

La falta en el compromiso matrimonial que genera indefectiblemente hogares desestructurados, monoparentales (niños huérfanos, con padres y madres vivos). Movimientos migratorios, disminución o carencia de natalidad, exigencias laborales, empresas socialmente responsables pero familiarmente irresponsables, gobiernos y estados que usurpan el derecho fundamental de los padres a educar a sus hijos en libertad, integraciones culturales, incluso la falta de valores y principios comunes, sin olvidar el egoísmo de negar el derecho a la vida (aborto) de los niños que debían nacer, o adelantar la muerte (eutanasia) a los ancianos que debían vivir, todo ello sumado a un largo etcétera, han hecho que el concepto y la realidad vital de la familia quede infravalorado y pase a un segundo plano en nuestras prioridades.

¿Esto es bueno?, Creo que no, pero es la cruda realidad que tenemos que afrontar, y el reto al que como humanidad y como Iglesia tenemos que responder.

La familia, seguirá siendo la “célula fundante de la sociedad”, y si pretendemos una sociedad saludable, hemos de empezar por salvaguardar los valores esenciales, fundantes, universales y sagrados de la familia, que no pueden estar sujetos a caprichos de minorías, a consensos de opinión, a modas pasajeras, o legislaciones cuestionables.

En un edificio, en una casa, puedes diseñar a capricho, cambiar, acomodar, distribuir habitáculos, mobiliario, etc… pero los cimientos y la estructura son intocables o se derrumbará. Lo mismo sucede con la familia, es el cimiento de la sociedad.  Ésta -la sociedad- ­estará sometida a un cambio permanente y totalmente coherente a su tiempo y sus distintos agentes, pero si modificamos o suprimimos su cimiento -la familia- a capricho, será un colapso anunciado.

“Oremos para que cada niño sea acogido como don de Dios y sostenido por el amor del padre y de la madre, para poder crecer como Jesús “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52). Que el amor, la fidelidad y la dedicación de María y José sean ejemplo para todos los esposos cristianos, que no son los amigos o los dueños de la vida de sus hijos, sino los custodios de este don incomparable de Dios.

 Que el silencio de José, hombre justo (cf. Mt 1, 19), y el ejemplo de María, que conservaba todo en su corazón (cf. Lc 2, 51), nos hagan entrar en el misterio pleno de fe y de humanidad de la Sagrada Familia. Deseo que todas las familias cristianas vivan en la presencia de Dios con el mismo amor y con la misma alegría de la familia de Jesús, María y José.” (Benedicto XVI, Angelus, 30-12-2012).

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