ACN.- Con gran tristeza ACN ha recibido la noticia del fallecimiento del Excmo. Cardenal Jaime Lucas Ortega Alamino, que con tanto esmero y abnegación dedicó su vida a servir al Pueblo de Dios que peregrina en Cuba.
ACN tuvo el privilegio de poder colaborar durante muchos años con el Cardenal Ortega, quien gracias a su gran espíritu de cooperación, contribuyó a la realización de numerosos y valiosos proyectos a favor de la Iglesia cubana y en especial de la Arquidiócesis de La Habana.
Publicamos un homenaje al Cardenal Ortega, escrito por Sergio-Lázaro Cabarrouy, cubano y laico comprometido con la Iglesia que lo conoció desde niño.
“Mami, ¿no podemos hablar con Monseñor Jaime para que cambie la hora de la Misa? Nunca puedo ver los dibujos animados.” Recuerdo la sonrisa picarona de mi padre y la rápida salida de mi madre: “Pídeselo tú mismo”. El sábado, el Obispo de Pinar del Río llegó unos minutos tarde a la Misa para los siete feligreses que nos reuníamos en San Diego de los Baños: “Estaba crecida la presa y tuvimos que dar la vuelta” – explicó al comienzo de la celebración.
Al terminar, como era costumbre, la pequeña comunidad se reunía con el Obispo-Párroco a conversar y tomar un jugo, que a Mons. Jaime siempre le parecían muy dulces. Ese día, ni corto ni perezoso le espeté mi “razonable” solicitud. A lo que él en tono solemne y mirándome directo a los ojos respondió: “Es bueno que tengas que renunciar a los dibujitos de la tele por venir a Misa. Tendrás que renunciar en tu vida a cosas más importantes que esa por la causa de Jesucristo.”
Me quedé como de piedra y durante meses volví sobre aquellas palabras, no estaba muy convencido. La vida me demostró después con creces la validez de las palabras de ese hombre de Dios, y di gracias al Altísimo de haberme dado lucidez y fuerza para renunciar libremente a los dibujos animados -mi padre nunca hubiese permitido que fuera a Misa obligado – porque ciertamente, el seguimiento de Jesucristo supuso después pruebas mayores, y aquel fue un primer entrenamiento.
Recuerdo cómo las homilías de Mons. Jaime lograron arrancar el miedo a más de un sandieguero, que primero se sentaban en el parque mirando hacia el templo, luego en la puerta, luego en el último banco, y finalmente, en el segundo o el tercero. Recuerdo también cómo trataba de dialogar con maestros y directivos de mi escuela primaria que se empeñaban en que yo abandonara mis “prácticas oscurantistas, lacras del pasado”.
La vida del Cardenal Jaime Ortega ha sido la de un pastor solícito, que ha optado por el diálogo con los de todas las orillas, y ha intentado la difícil tarea de servir de puente. Como él mismo explicaba, el puente está hecho con los mismos materiales que un muro, pero sirve para unir riberas separadas en lugar de levantarse para separar realidades. El puente, está hecho para que lo pisen, en contraste con el muro, que se yergue por encima de las gentes. Es la única dinámica que permite que años después de aquellas “luchas” de los años 70, me acerque a la misma maestra, esperando noticias de su hija en la misma sala de maternidad que estaba mi esposa, y decirle: “He rezado por su hija y la bebé”, y descubrir con alegría que su respuesta: “¡Cuánto te lo agradezco!, lo ha necesitado”.
Un obispo cubano contaba que nunca había visto a su hermano el Cardenal tan feliz como en los días que le estuvo acompañando a visitar comunidades recientemente fundadas en lugares recónditos y de tradicional abandono en su diócesis rural – fue poco antes de su retiro como arzobispo de la Habana: “¡Estaba feliz como un niño!”. Y es que ha sido un sacerdote cercano, hombre de diálogo, cultivador de la unidad de la Iglesia, y cubano ferviente empeñado en brindar el aporte de la fe cristiana a la sociedad. En todo esto cometió errores, para algunos, casi tan grandes como sus logros, pero nunca se detuvo, como quien persevera en navegar “mar adentro” (Lc 5,4).
La audacia lo llevó a cosas impensables en su momento, como fundar publicaciones periódicas al inicio del “Período especial”, mediar en el áspero diferendo Cuba – Estados Unidos para restablecer relaciones diplomáticas, o fundar un centro de Estudios Superiores para dar continuidad a la obra educativa que fundó el Padre Varela en el mismo edificio.
El Señor, en su infinita Misericordia, recibe ahora al matancero que nació en Jagüey Grande, el 18 de octubre de 1936, hijo de Adela y Arsenio, que respondió a la llamada de Dios para ser sacerdote, a quien le fueron encargadas altas responsabilidades, y para las cuales, sabiéndose insuficiente en última instancia, escogió como lema: “Te basta mi Gracia” (2 Cor 12,9).
ACN pide oraciones por el eterno descanso del Excmo. Cardenal Jaime Ortega: Dale Señor el descanso eterno. Brille para él la luz perpetua. Amén