Nigeria: Una mamá y esposa narra los horrores cometidos por Boko Haram

ACN.- Catherine Ibrahim vive en un campo de desplazados gestionado por la Diócesis católica de Maiduguri, en el Estado de Borno. Esta viuda católica describe a Ayuda a la Iglesia Necesitada el asesinato de su marido a manos de Boko Haram, el secuestro de sus hijos y su propia cautividad.

La primera vez que Boko Haram llegó a nuestra aldea, tuvimos suerte. Justo cuando íbamos a cenar, escuchamos los disparos y corrimos hacia las montañas.

Durante los dos días que permanecimos allí, fue nuestro miedo a morir lo que nos mantuvo con vida. Cuando regresamos, las casas y las iglesias habían sido pasto del fuego, lo cual condujo a un enfrentamiento entre cristianos y musulmanes que solo se detuvo con la intervención de los militares.

Poco menos de una semana más tarde, Boko Haram volvió a atacarnos, y esta vez llegaron a mi casa con intenciones asesinas. Un millón de pensamientos inundaron mi mente, pero ninguno eclipsó mi instinto protector hacia mis hijos, Daniel y Salomé.

Pero se me adelantaron. Cuando llegué a donde se escondían mis hijos, vi cómo los rebeldes, triunfantes, los agarraban por los hombros mientras ellos forcejeaban indefensos. Tenían entonces cinco y siete años. Me fallaron las rodillas y los ojos se me llenaron de lágrimas; tenía miedo de lo que pudiera ocurrirles, especialmente, a mi hija.

Entonces, uno de los rebeldes me arrastró salvajemente para hacerme presenciar la muerte de mi marido. Mataron a mi marido sin piedad y se aseguraron de que yo lo viera todo. No puedo olvidar el miedo en sus ojos. No quiero decir más. Odio recordarlo.

Entretanto se llevaron a mis hijos. Mi instinto maternal se rebeló. Me habían quitado a mi marido; no iba a permitir que se llevaran también los frutos de nuestro amor. Sin ellos estaría muerta. Pero el viaje entonces era demasiado arriesgado, y terminé en Yola, la capital del estado, donde permanecí durante seis meses con horribles pesadillas de la lucha de mis hijos.

Alrededor de mayo de 2014, escuché que los militares habían reconquistado Gworza. Fui en su busca, pero no conseguí que un vehículo me llevara a Ngoshe, donde me dijeron que estaban. Así que hice el camino a pie, lo que me llevó un día entero. Por el camino vi enfrentamientos entre los soldados y Boko Haram, pero nada peor de lo que ya había visto. Yo simplemente los evitaba y tomaba los caminos ‘seguros’.

Fui capturada cuando llegué a Ngoshe y acepté la captura de buen grado porque, en cierto modo, me hizo sentirme más cerca de mis hijos. Mi suegra fue la primera persona que vi. Mientras ella gritaba excitada, mis hijos aparecieron por detrás de ella. No creo que pueda describir la alegría que sentí. Sólo Dios conoce la profundidad de mi gratitud.

Esa fue la primera vez en mi vida que reconocí conscientemente la presencia de Dios. Pero ahora, mientras hablamos, me doy cuenta de que siempre ha estado ahí.

Me alegré de que mi suegra no me preguntara por su hijo, porque no sé cómo le podría haber contado lo que pasó. Mis hijos, mientras estaban en cautiverio, fueron islamizados y renombrados. Daniel se convirtió en Musa y Salomé en Yagana.

Después de planificar la huida durante tres días, mi intento de escapar fracasó. Se llevaron a mis hijos y a mí me llevaron a un campo de detención. Durante dos semanas permanecí con las manos atadas detrás de mi cuello y los pies también atados.

Me torturaron con todo tipo de objetos, y no pararon hasta hacerme sangre. Me dieron muchas palizas, pero mantuve mi fe. Mi compañera de celda murió, yo recé con gran temor en mi idioma nativo. El guardia hablaba ese idioma. Gracias a su intercesión al cabo de tres meses fui liberada de mi arresto y llevaba al campamento de nuevo.

Mi suegra me cuidó hasta que recuperé la salud. Han pasado cuatro años desde mi liberación, pero las manos todavía no me obedecen del todo. Desde que llegué aquí, la Iglesia me ha ayudado en mi tratamiento. Me llevaron a la catedral de San Patricio desde el Hospital de Maiduguri, y un administrador de la catedral me llevó al hospital privado, donde hice fisioterapia durante seis meses.

Tres años más tarde, el 2 de marzo de 2017, me reuní con mis hijos en Maiduguri. Después de un combate con Boko Haram en Ngoshe, los soldados los habían rescatado. Ahora que vuelvo a estar con mis hijos y mi suegra, mi alegría no tiene límites. Pero la muerte de mi esposo -el tener que presenciarla- me perseguirá para siempre.

En 2017 Ayuda a la Iglesia Necesitada visitó la Diócesis de Maiduguri y se encontró con Catherine y muchas otras viudas y huérfanos víctimas de las atrocidades de Boko Haram. Durante 2017 la fundación apoyó la labor pastoral de la Iglesia nigeriana con la financiación de proyectos por más de 1,6 millones de dólares. Entre ellos, también con el apoyo a la atención de viudas y huérfanos y la reconstrucción de la catedral y el seminario de la diócesis de Maiduguri, destruido por ataques de Boko Haram.

 

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