Shahnaz Bhatti, un testimonio de una religiosa católica en Afganistán

ACN.- La Hna. Shahnaz Bhatti, religiosa paquistaní de las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret,  trabajó en Afganistán hasta el 25 de agosto, fecha en la que, escoltada por el Ejército italiano, logró salir del país. Ayuda a la Iglesia Necesitada recoge aquí su testimonio.

¿Cuál es su congregación y cuál es su misión?
Pertenezco a la congregación internacional de las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret.  Nuestra misión es la asistencia espiritual y material a los pobres, similar a la labor de san Vicente de Paúl, el gran apóstol de la caridad.

¿Cuáles fueron las razones de su presencia en Afganistán?
Como congregación nos unimos al proyecto surgido en 2001 para responder al llamamiento del papa Juan Pablo II -“Salvad a los niños de Kabul”-, al que Italia respondió con generosidad a través de la UISG (Unión Internacional de Superioras Generales) de Congregaciones religiosas . Yo misma ya llevaba dos años en Kabul con otras dos hermanas, la Hna. Teresia, de la congregación de María Bambina, y la Hna. Irene, de la congregación de las hermanas de la Consolata. La comunidad de Kabul es, de hecho, intercongregacional. Teníamos una escuela para niños con retraso mental y síndrome de Down de 6 a 10 años, a los que preparábamos para entrar en el sistema escolar público. Con nosotras colaboraban maestros, cuidadores y cocineros nativos. Con la ayuda de las autoridades italianas pudimos llevarlos a ellos y a sus quince familias a Italia, donde han sido recibidos por congregaciones religiosas que han sido muy generosas y acogedoras. En cambio, las familias de los niños siguen llamándonos y pidiéndonos ayuda, se han quedado en sus casas y corren peligro, como pueden imaginar.

¿Le importaría describirnos uno de sus domingos ordinarios en suelo afgano?
Allí, el domingo no está reconocido como fiesta religiosa, es un día como cualquier otro. Las prácticas religiosas y la santa misa las podíamos celebrar en la Embajada de Italia, de forma discreta.

¿Cuáles han sido las principales dificultades que se ha encontrado durante su misión?
La primera dificultad fue aprender el idioma local, porque en Afganistán no aprenden inglés y ni siquiera se puede enseñar. Otra dificultad fue familiarizarse con su mundo, sus costumbres y su mentalidad para poder dialogar y estar cerca de ellos. La mayor dificultad fue no poder movernos libremente porque siempre teníamos que estar acompañadas por un hombre. Yo, que tenía que realizar trámites en bancos y otros lugares, tenía que ir acompañada de un hombre nativo. Dos mujeres no significan nada y naturalmente no cuentan. No obstante, lo que más me ha marcado es el sufrimiento de ver a las mujeres tratadas como cosas. Un dolor indescriptible era ver a las jóvenes obligadas a casarse, con la persona indicada por el cabeza de familia, en contra de su voluntad.

¿Se respetaba la libertad religiosa en Afganistán antes de la retirada de los militares occidentales?
No, porque para los afganos los extranjeros occidentales son todos cristianos, así que siempre nos controlaban y no permitían ningún signo religioso.  Las religiosas teníamos que vestir como las mujeres nativas y no podíamos llevar un crucifijo visible.

¿Cómo vivió, en el pasado mes de agosto, el periodo entre la retirada de las tropas occidentales y su marcha a Italia?
Fueron momentos muy difíciles, pues estábamos encerradas en casa y teníamos miedo. Desde hacía más de un año solo éramos dos. En cuanto fue posible, la religiosa que me acompañaba se fue y me quedé sola hasta el final. Ayudé a las Hermanas de la Madre Teresa, nuestras vecinas, a salir con sus catorce niños gravemente discapacitados y sin familia y a embarcar en el último vuelo a Italia antes de los atentados. Si ellos no hubieran sido rescatados, no nos habríamos ido. Tenemos que dar las gracias al Ministerio de Asuntos Exteriores italiano y a la Cruz Roja Internacional por ayudarnos a llegar al aeropuerto, y al padre Giovanni Scalese, representante de la Iglesia católica en Afganistán, que estuvo con nosotras hasta que nos fuimos. Fue un desplazamiento difícil desde Kabul hasta el aeropuerto, con dos horas de espera y con tiroteos, pero al final llegamos.

Como religiosa católica y mujer, ¿cómo ve el intento occidental de “exportar la democracia” a Afganistán?
Una mentalidad no se puede cambiar con buenas intenciones, pero creo que un proyecto cultural con las nuevas generaciones puede cambiar la mentalidad. Lo estamos viendo con las jóvenes que no quieren renunciar a sus derechos de libertad, pero es necesaria la formación de las nuevas generaciones. La democracia no se exporta, se cultiva.

¿Qué le gustaría pedirles a los líderes políticos de los países occidentales más implicados en Afganistán?
Me gustaría pedirles que ayuden a este país a alcanzar la verdadera libertad, que reside en el respeto y la promoción humana y civil, manteniendo en mente que el fanatismo religioso conduce a la división y la enemistad, que ningún pueblo es mejor que otro y que la convivencia pacífica trae bienestar para todos.

¿Cómo podemos ayudar a la población?
Podemos ayudarles a ser personas libres mediante una formación cultural y cívica, facilitándoles la acogida cuando deciden abandonar el país, pero también, cuando las autoridades lo permitan, quedándonos con ellos. Yo sería la primera en regresar. En este momento de emergencia, podríamos estar presentes en los campos de refugiados de los países vecinos para impedir que los pequeños mueran de hambre, sed y enfermedades que pueden curarse fácilmente. También debemos considerar a las mujeres como personas dignas de derechos y deberes, como personas y no como cosas.

 

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