La época navideña vista desde los ojos de un misionero

ACN.- En el despacho del colegio, preparando ya unas navidades calurosas típicamente africanas, veo el mapa mundi que la hermana Ana tiene en su mesa. Pienso que basta con pasar un dedo sobre él y darle comba para comprender que las navidades serán diferentes en muchos rincones del mundo, que las bombillas de colores que vemos desde la tele alumbrándose en Washington, en Taiwán o en Sao Paolo no existirán en miles de zonas del globo entre otras cosas porque allí no hay ni bombillas, ni electricidad, ni tele. Paso mis dedos sobre cordilleras y mares y pienso que muchas de las navidades de países con mucha renta per capita, serán navidades de fiesta y pandereta pero, al mismo tiempo, impregnadas de miopías porque ignorantes de que en tantos pequeños sitios del globo están con el agua al cuello, hundidos en el fango o en fase terminal.

Paso mis yemas por las aguas del Mar Mediterráneo, y pienso en aquellos a los que les toque estar pasando sus negruras en la noche del 24. Navidades negras. Ahora que nuestro Mar se ha convertido en cementerio para más de 5.000 personas, sus aguas ya no son tan azules, sus olas traen presagios de tristeza y la sal de su vientre se ha vuelto sosa. La muerte acecha allí cada día. Como dice la canción de Dylan: “¿cuántas muertes habrán aún de llegar antes de darnos cuenta de que han sido demasiadas?” Millares de refugiados ponen sus ganas de una vida mejor arracimados en pateras de fortuna. Pero esta esperanza se escapa como la sal mojada entre los dedos porque nuestro mar continúa a coleccionar muertos en sus entrañas. Así cada día, desde hace muchos. Sea Navidad o no. Navidades saladas de muerte por mucho que cante Serrat su preciosa canción. Propongo que en cada hogar se deje un espacio vacío en recuerdo de tanta pobre gente, que ha perdido la vida tan cerca de nuestras playas y tan lejos de nuestros corazones. Navidades gélidas para los que consiguieron llegar a las playas o fueron rescatados en alta mar, y a los pocos meses se les devuelve (en caliente?, en frío? en templado?, vaya eufemismo!) a sus países de origen. Haber vencido a la brutal y onerosa travesía no les ha servido de nada. Su sueños rotos en mil pedazos!! ¿Cuántos oídos más deben tener en Estrasburgo para poder escuchar el grito de los pobres?

Mi dedo se aleja hacia el Líbano y luego Siria, Alepo, ¿qué navidades van a vivir allí? Los hermanos maristas tenían un orfanato en el barrio ocupado por la guerrilla. Navidades heroicas. Los hombres de la Cruz blanca (musulmanes) no dan abasto con sus ambulancias para sacar gente de entre los escombros, niños desfigurados, familias desmembradas… Hay escuelas que se han hundido sobre los alumnos machacándolos a todos. Navidades de polvo en Alepo. De funerales infantiles. De caminos áridos para aquellos que dejan Siria, de espanto intravenoso para los que emigran por el desierto, buscando asilo en Turquía, huyendo de los criminales del ISIS. Esos que invocan el nombre de Allah en vano, un Dios que no es como ellos nos lo quieren hacer ver. Esos que ponen a Dios como pantalla de sus crímenes. Navidades de idolatría.

Bajo mi dedo, descabalgo el mágico desierto de Argelia (navidades de arena), de Tamanrasset lleno a reventar hasta ayer de gente apresada en ciudades argelinas y devueltas “manu militari” en autobuses a la linde del desierto para que se pudran allí: navidades sin alma, navidades de vergüenza ajena. Dejo la Argelia del hermanito Carlos de Faucault (un siglo de su martirio!) y pongo la yema (y me quemo) en el norte de Nigeria sobre los miles de personas sometidas por Boko Haram, niñas raptadas, pueblos carbonizados por el horror. El Boko Haram nació hacia 2002 en una etnia del norte de Nigeria, los Kanuri, en aquellas fechas “indignados” por la pobreza en que los tenía sometidos el gobierno su país. El predicador Mohamed Yussuf caldeó tanto el ambiente que sus huestes son lo que son hoy: criminales sin escrúpulos. Busco con la mirada la ciudad de Djakana, 40% cristiana no obstante los kamikazes, los secuestros, las brutalidades de los radicales. Allí, durante la cuaresma de febrero pasado, la gente estaba rezando el Viacrucis, cuando en la 7ª estación (“Jesús cae por segunda vez”), una niña kamikaze drogada se hizo estallar en el mercado. La séptima estación los salvó esta vez y hoy vivirán una navidad de milagro, nunca mejor dicho.

En Centroáfrica serán navidades calientes. Grupos rebeldes musulmanes se baten entre ellos desde hace semanas. Guerra por el poder, por el control de la guerrilla. Con el “Incha Alláh” en la boca, nada más se acercan los unos a los otros saltan chispas. Navidades tensas, cargadas de miedo y de violencia, de obuses y de metralla, que traen su aliento fétido hasta las puertas de Bangassou. Los rebeldes están a 70 kms de nosotros. Miles de civiles han llegado a la misión de Nzacko (tengo allí dos curas) huyendo de la quema en el norte de Bambari. Hace 20 días los Ngoula y Runga (etnias musulmanas del norte de Centroáfrica armadas por el gobierno del Chad, ahora radicalizadas, también ellos antiguos “indignados”), atacaron a otros musulmanes radicales en Bria, mataron a un centenar de hombres y a su comandante, al que cortaron la cabeza colocándola sobre una pica a la entrada del mercado. Selekas contra Selekas. Parece como si el nuevo presidente de Centroáfrica lo fuera solamente de la capital Bangui. En el resto, los señores de la guerra se dividen el país a su antojo, oprimen y roban en los 500 kms de la pista de selva que lleva hasta Bangassou, 500 kms de electricidad comprimida como en la punta de esas pistolas eléctricas de los vigilantes profesionales; justamente la pista por donde tendrán que atravesar, dentro de unos meses, dos contenedores preparados desde Córdoba, con tanto cariño, con leche en polvo, neumáticos, comida, placas solares, ropa y calzado para los huérfanos y mil cosas más. Hasta que lleguen, serán unas navidades muy inquietas cuya sombra se alargará hasta bien entrado 2017.

Vuelvo con mi dedo a Europa. Navidades sísmicas en el centro de Italia, allí donde las fuerzas de la tierra parece que se han enfurruñado con las obras de arte, las Iglesias y todas las construcciones. Navidades pasadas por agua por las inundaciones en Andalucía, navidades de lluvia, “porque el tiempo está loco”, en Centroamérica y en muchas zonas del planeta, navidades de terremoto en Haití o en Japón, de dolor (o contento) en Cuba, navidades solitarias en tantas habitaciones de la tercera edad, navidades serenas y alegres en tantas familias de bien unidas cada año por la quieta alegría de juntarse otra vez. Navidades de pavo con patatas, mazapán y champán español.

Navidades cainitas en el Sud Sudán (hay 10.000 sudaneses huyendo de la guerra en mi diócesis), o en Yemen donde el 4 de marzo pasado, milicias chiitas radicales asesinaron a 4 misioneras de la Caridad. Navidades tristes en casa de la misionera catalana Isabel Solá, asesinada también ella en Haití el pasado 2 de septiembre. Navidades de gozo y esperanza en los millones de “buena gente” repartida por el mundo.

En muchas capillas de selva, en decenas de países de África y también en miles de pueblos de selva en Perú, Colombia o Ecuador, sin luz ni contaminación, serán navidades de oración, de estupor, (en África no hay “comida” de Navidad ni botellón posterior). De ingenuo asombro al descubrir que “Dios salva” (Jesús) muestra su rostro no como un tiburón de las finanzas o un vencedor de guerras sino como un niño frágil, con sed de teta, en las manos de María y bajo la protección de José. Los cristianos cantarán para el Príncipe de la Paz el “Gloria in excelsis Deo” a su manera y caerán rendidos de puro cantar. Muchos niños, dormidos como lirones, liados a la espalda de sus madres, soñarán mientras ellas danzan la navidad rebullidas de gozo y se preparan a comulgar, la que será la mejor y única cena de esa noche santa. Navidades cálidas en la noche africana… Las mías serán en una de estas capillas, un pueblecito cerca de Bangassou, una punta de alfiler en el mapa, rodeado de cultivadores de cacahuetes, un cielo cuajado de estrellas y algún que otro ex rebelde, ahora desarmado; todos rezando y de vez en cuando mirando de reojo al bosque de sabana arboleada en donde pueden aparecer de pronto gente armada, gente mala y sin escrúpulos, asesinos huérfanos de navidades.

Levanto la vista del mapa mundi y veo que la hermana Ana, la intendente, lleva un rato intentando darme unos papeles. Me ha pillado fuera de juego. Yo llevaba un rato “alejado” de su despacho. Estaba navegando por el mapa y por las nubes. Recorriendo el mundo desde las alturas. Descubriendo navidades, musitando a todos Feliz Navidad y feliz Año Nuevo.

                                                                            Bangassou 13 diciembre 2016

                                                                                 Juan José Aguirre Muñoz

                                                                                    Obispo de Bangassou

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